En África, cuando muere un viejo, es como si se incendiara
una biblioteca. Amadou
Hampaté Bâ
Fue
hace ya unas cuantas navidades cuando visité por primera vez una residencia de
ancianos cercana a mi localidad. Me quede muy sorprendido al ver la cantidad de
ancianos que inmóviles en sus asientos hablaban entre sí. Algunos de ellos eran
prácticamente centenarios otros chocantemente estaban muy lejos de esa longeva edad.
A pesar
de comprobar cómo el equipo de profesionales de la residencia dotaba
a los mayores de los mejores cuidados y atenciones, me quede
sorprendido por el clima de soledad familiar que respiraban. Me pregunte dónde
estarían sus hijos o sus nietos. Fue apasionante escuchar sus vidas aunque algunas
de las historias me dejaron atónito. Me resultó muy difícil comprender que
algunos hijos abandonaban a sus padres poniendo de escusa la falta de tiempo o
que tristemente habían hecho sentir al “abuelo” como un estorbo en casa. Me
conmocionó ver la cantidad de palabras y experiencias vividas que iban a morir
con ellos por estar sus familiares demasiado lejos u ocupados.
En
África, los ancianos están siempre rodeados de jóvenes y de no tan jóvenes pero
nunca son agrupados o excluidos como en Europa. Esto hecho hace que las
generaciones se enriquezcan mutuamente. Siempre hay familiares cerca. No
imaginan que pueda formarse una juventud sin mirar al pasado, pues así ayudan a
proyectar a los jóvenes al futuro.
Todos quieren aprender algo de ellos, recibir
sus consejos y conseguir sus bendiciones. Entre los malienses, los ancianos son
algo sagrado. Poseen una preciada sabiduría que se encargan de transmitir a
todo la comunidad. Es por ello que cuando muere un viejo, se incendia una biblioteca…
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