domingo, 14 de octubre de 2012

ATAYA

Se bebe té para olvidar el ruido del mundo. T’ien Yiheng

 
En el norte de Senegal, la hora del té tiene un enorme valor. Siempre hay tiempo para hacer té y beberlo junto a la familia o los amigos. Es más que un ritual, es un momento sagrado. Con la vuelta al estrés europeo, al ruido propio de las grandes ciudades y la rutina del trabajo, echo de menos aquellos largos momentos de calma en los que el agua hierve y en el que a fuego lento el té se va convirtiendo poco a poco en infusión. Prepararlo y servirlo puede llevar horas. Es habitual que haya una persona en la familia encargada de la ceremonia del té. Resulta hipnotizante observar los diferentes y sutiles movimientos que intervienen en su preparación, en el que de forma elegante y relajada se van realizando múltiples transvases de la tetera a los vasos y de los vasos a la tetera antes de servir el té. No hay casa en la que después de cada comida no se sirva un té. 

Sin ninguna duda, mi hora preferida, es justo a la caída de la noche. Esas largas conversaciones en el que se cuenta que tal ha ido el día y en el que las gaviotas van buscando el resguardo, ya que el calor del día va dando paso al fresco de la noche. Se trata de un momento vació de preocupaciones pero a la vez, lleno de paz. El ruido del fuego y el sonido del té de fondo. Hay cuanto echo de menos esos momentos. Que buenos sentimientos hay encerrados dentro de esas cajitas de té…

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