miércoles, 12 de diciembre de 2012

RESIDENCIA DE ANCIANOS

En África, cuando muere un viejo, es como si se incendiara una biblioteca. Amadou Hampaté Bâ


Fue hace ya unas cuantas navidades cuando visité por primera vez una residencia de ancianos cercana a mi localidad. Me quede muy sorprendido al ver la cantidad de ancianos que inmóviles en sus asientos hablaban entre sí. Algunos de ellos eran prácticamente centenarios otros chocantemente estaban muy lejos de esa longeva edad.

A pesar de comprobar cómo el equipo de profesionales de la residencia dotaba a los mayores de los mejores cuidados y atenciones, me quede sorprendido por el clima de soledad familiar que respiraban. Me pregunte dónde estarían sus hijos o sus nietos. Fue apasionante escuchar sus vidas aunque algunas de las historias me dejaron atónito. Me resultó muy difícil comprender que algunos hijos abandonaban a sus padres poniendo de escusa la falta de tiempo o que tristemente habían hecho sentir al “abuelo” como un estorbo en casa. Me conmocionó ver la cantidad de palabras y experiencias vividas que iban a morir con ellos por estar sus familiares demasiado lejos u ocupados.

En África, los ancianos están siempre rodeados de jóvenes y de no tan jóvenes pero nunca son agrupados o excluidos como en Europa. Esto hecho hace que las generaciones se enriquezcan mutuamente. Siempre hay familiares cerca. No imaginan que pueda formarse una juventud sin mirar al pasado, pues así ayudan a proyectar a los jóvenes al futuro. 

Todos quieren aprender algo de ellos, recibir sus consejos y conseguir sus bendiciones. Entre los malienses, los ancianos son algo sagrado. Poseen una preciada sabiduría que se encargan de transmitir a todo la comunidad. Es por ello que cuando muere un viejo, se incendia una biblioteca…

lunes, 12 de noviembre de 2012

ARREGLANDO EL MUNDO

“Aquel que quiera cambiar el mundo debe empezar por cambiarse a sí mismo” Sócrates 


Cuenta un conocido relato que un científico, que vivía preocupado con los problemas del mundo, estaba resuelto a encontrar los medios para disminuirlos y pasaba días y días en su laboratorio en busca de respuestas para sus dudas. 

Cierto día, su hijo pequeño invadió su lugar de trabajo decidido a ayudarlo a trabajar y el científico, nervioso por la interrupción, le pidió al niño que fuese a jugar a otro lugar, pero viendo que era imposible quitarlo de allí, el padre pensó en algo que pudiese darle con el objetivo de distraer su atención por un largo rato. 

Se encontró entonces con una revista en donde venía el mapa del mundo, ¡justo lo que necesitaba! Con unas tijeras recortó el mapa en varios trozos y junto con un rollo de cinta autoadhesiva transparente se lo entregó a su hijo diciendo: "Como sé que te gustan los rompecabezas, te voy a dar el mundo en pedazos para que tú lo repares sin ayuda de nadie". 

El científico calculó que al niño le llevaría mucho tiempo componer el mapa -que no conocía de nada-, por lo que se dispuso a volver a su tarea… 

Mas no fue así. Pasado un breve tiempo, escuchó la voz del niño que lo llamaba calmadamente: "Papá, papá, ya hice todo, he conseguido terminarlo". 

El padre no dio crédito a las palabras del niño. Pensó que se habría aburrido y que querría entrar a jugar. Desconfiado, el científico levantó la vista de sus anotaciones con la certeza de que vería el trabajo digno de un niño, pero para su sorpresa, el mapa estaba completo y perfectamente ensamblado.  

"¿Cómo había sido capaz si no conocía nada del mundo?", se preguntó el padre. El niño, respondió feliz: "Papá, yo no sé cómo es el mundo, pero al otro lado del mapa del mundo estaba la figura de un hombre. Así que di la vuelta a los recortes y comencé a recomponer al hombre, que sí conozco bien. Y entonces, cuando conseguí arreglar al hombre, también había logrado 'arreglar' el mundo."