Se bebe té para olvidar el
ruido del mundo. T’ien Yiheng
En el norte de Senegal, la hora del té tiene un enorme valor. Siempre hay tiempo para
hacer té y beberlo junto a la familia o los amigos. Es más que un ritual, es un
momento sagrado. Con la vuelta al estrés europeo, al ruido propio de las
grandes ciudades y la rutina del trabajo, echo de menos aquellos largos
momentos de calma en los que el agua hierve y en el que a fuego lento el té se
va convirtiendo poco a poco en infusión. Prepararlo y servirlo puede llevar
horas. Es habitual que haya una persona en la familia encargada de la ceremonia
del té. Resulta hipnotizante observar los diferentes y sutiles movimientos que
intervienen en su preparación, en el que de forma elegante y relajada se van
realizando múltiples transvases de la tetera a los vasos y de los vasos a la
tetera antes de servir el té. No hay casa en la que después de cada
comida no se sirva un té.
Sin
ninguna duda, mi hora preferida, es justo a la caída de la noche. Esas largas
conversaciones en el que se cuenta que tal ha ido el día y en el que las
gaviotas van buscando el resguardo, ya que el calor del día va dando paso al
fresco de la noche. Se trata de un momento vació de preocupaciones pero a la vez,
lleno de paz. El ruido del fuego y el sonido del té de fondo. Hay cuanto echo
de menos esos momentos. Que buenos sentimientos hay encerrados dentro de esas
cajitas de té…