sábado, 23 de noviembre de 2013

JUGUETES MÁGICOS

La palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices. Albert Einstein


Se acerca la navidad y los niños ya afilan sus lápices para escribir la carta a los Reyes Magos, que al parecer este año no vienen de Oriente sino de China. Todavía queda un mes pero los anuncios publicitarios, los catálogos amontonados en el buzón de casa o los escaparates de las tiendas y jugueterías invitan a los niños a pedir miles y miles de juguetes. Da igual que la habitación de los hijos parezca la sección de juguetes de un centro comercial, o escuchar a los expertos asegurar que el exceso de juguetes provoca en el niño caprichismo, que valore poco los regalos, que pierda interés más rápidamente o que sea más descuidado. Da igual saber que demasiados juguetes restan ilusión a los niños, si con su compra complacemos sus deseos y cubrimos nuestra carencia afectiva permitiéndonos limpiar un poco nuestras conciencias…

Me gustaría hablar de unos juguetes mágicos, que no necesitan pilas, no se encuentran en jugueterías y ni siquiera los pueden traer los Reyes Magos, pero derrochan ilusión porque están hechos con el corazón. Ha sido una de las cosas más sorprendentes que he visto en África, y es que casi todos los niños fabrican sus propios juguetes con ayuda de sus padres; barcos, muñecas, coches y camiones de hojalata, aviones, tablero de damas,... con la ayuda de materiales reciclados o de desecho. 


Pero desde que los occidentales contrajimos la enfermedad del progreso; creer que todo lo que hacemos, todo lo que tenemos y el modo que vivimos es el mejor, el más avanzado y al que deberían aspirar el resto de países subdesarrollados. Y el que no vive como nosotros o no tiene recursos para vivir así es infeliz. Y como la Navidad son fechas de solidaridad y regalos, algunas ONGS aprovechan para lanzar campañas como “un juguete, una ilusión” con la que recaudan fondos parar comprar y enviar millones y millones de juguetes a países africanos con escasos recursos. De hecho esta ONG presume de enviar más de 6.500.000 juguetes.

Quizás ésta y otras ONGS no son conscientes que los niños de estos países pobres, sonríen y juegan con sus propios juguetes con más ilusión que los niños de aquí y que comparten sus juguetes más de lo que lo hacen nuestros hijos. Los niños de estos países no necesitan nuestros juguetes al igual que nuestros hijos tampoco los necesiten para ser felices. Sin embargo, en la sociedad en la que vivimos es impensable que un niño crezca sin juguetes. El problema es que allí aún no se ha creado la necesidad del juguete, no nacen necesitando juguetes como aquí ¿Nos os dais cuenta que somos nosotros y nuestra sociedad de consumo los que imponemos la necesidad de tener bienes materiales y la necesidad de desearlos? Los niños sin recursos no tienen esta necesidad porque son capaces de jugar y divertirse sin juguetes o con los que ellos mismos construyen. Me parece brutal contribuir en hacer sentir a aquellos niños que para ser felices necesitan tener juguetes como los nuestros. No concibo la idea de crear necesidad en las personas que no la tienen. No infectemos con nuestro absurdo progreso la ilusión de los niños africanos.


Además, ¿no sois conscientes que los juguetes de aquí ya no están hechos para divertir a los niños? Están diseñados para hacerles desear cosas, estilos de vidas y estéticas a los que muchos no podrán acceder nunca. ¿Cómo haréis entender a esas niñas que no necesitan ser blancas, tener una larga melena rubia, medir 1,90 y tener medidas perfectas como esas muñecas que regaláis? ¿Cómo haréis entender a esos niños que jamás podrán comprar un Ferrari rojo aunque vivan esclavizados al trabajo?

Y os habéis preguntado alguna vez ¿qué pasa con aquellas tiendas de estos países que viven de fabricar y vender juguetes que construyen artesanalmente?

domingo, 23 de junio de 2013

VIAJE A LA INFANCIA

El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta. Pablo Neruda


Que agradable nostalgia he experimentado al observar que el futbolín sigue siendo el rey de los juegos entre los adolescentes senegaleses. Ha sido el chasquido típico de la bola con el metal antes de ser lanzada al campo, lo que me ha hecho viajar unos años en el tiempo y recrear mi infancia. 

Por un momento he cerrado los ojos y he imaginado estar con mis amigos intentando imitar sobre el terreno de juego las diferentes jugadas de aquél 5-0 del derbi de la temporada 94/95. El hack-trick de Zamorano, el robo de balón de Laudrup a Bakero, la agresión de Stoichkov a Quique Sánchez Flores con la consiguiente caída de objetos al campo o el peculiar gesto de Amavisca al celebrar un gol. Eran tiempos en los que el futbolín costaba 25 pesetas y se respetaba el lema “el que entra paga”. Eran tiempos en los que sacar la bola del campo se celebraba tanto como marcar un gol. Eran tiempos en los que los adversarios se encargaban de gritarte si hacías “sierra” o “ruleta”. Eran tiempos en los que veías a amigos apagar sus primeros cigarrillos en sus ceniceros…

Al abrir los ojos me he llevado una grata sorpresa, los jugadores que forman parte del futbolín siguen representando al Madrid y al Barça y las reglas y jugadas que utilizan éstos jóvenes son muy parecidas a las que utilizábamos entonces. Y de nuevo ese chasquido, la bola comienza a rodar entre los muñecos de madera. La bola se movía a un ritmo frenético, escapándose por momentos de mi vista y las muñecas de los niños se retorcían adoptando posiciones imposibles. Podía oír a los pequeños recrear el partido aunque en este caso el virtuoso que cogía el balón era un tal Messi que intentaba engañar a esa fila de defensas, antes de fusilar a Casillas de un tiro seco…

         Es curioso ver como el futbolín se ha extendido y sigue perviviendo a lo largo del tiempo siendo transmitido de generación en generación. En Europa, hasta no hace mucho cada bar tenía su propio futbolín. En la actualidad, esta transmisión generacional ha disminuido considerablemente debido principalmente al avance de las nuevas tecnologías que ha provocado que los jóvenes pasen más tiempo frente a las videoconsolas, sustituyendo el tradicional futbolín por videojuegos, provocando y acelerado el desconocimiento y la práctica de éste juego de siempre…

domingo, 26 de mayo de 2013

LUCHA SENEGALESA

“La fuerza no procede de las capacidades físicas. Procede de una voluntad invencible” Gandhi
 

La lucha senegalesa o Laamb, es el deporte rey de Senegal y aunque parezca increíble presenta más popularidad y seguidores que el fútbol. En cada rincón de Senegal es común ver a los niños tratando de imitar a sus ídolos de lucha. Y es que todos sueñan ser en el futuro un famoso y reconocido luchador del país.

Como manifiesta su nombre es una práctica tradicional y popular de Senegal, aunque también es practicada en la vecina Gambia. Se caracteriza principalmente por tratar de evocar la historia guerrera del pueblo senegalés y de conservar la herencia cultural y étnica del país. En sus orígenes la lucha era utilizada como reto entre poblaciones para ver que etnia o tribu era más poderosa. La historia sostiene que la temporada de lucha no comenzaba hasta que terminaba el periodo de lluvias, época del año donde se obtenía mayor abundancia de recolección y de este modo, los luchadores apostaban gran parte de las cosechas del año. Los jóvenes utilizaban también la lucha para demostrar su virilidad, cortejar a las mujeres y otorgar honor a sus aldeas.


La lucha senegalesa tiene un complejo reglamento, fruto de diversos años de evolución y de práctica. Básicamente consiste en el enfrentamiento entre dos contendientes, en el que ambos luchadores pueden efectuar golpes con el puño o luchar cuerpo a cuerpo para derribar a su contrincante. El combate tiene una duración de 45 minutos y dentro de ellos hay tres pausas de 5 minutos. El ganador se define cuando su contrincante toca la arena con el trasero, la espalda, la cabeza o las cuatro extremidades.


El auge y éxito de la lucha senegalesa se debe a la mezcla de tradición y misticismo que la rodea, ya que aún conserva su origen ancestral. Antes de comenzar cualquier enfrentamiento, los luchadores se atavían diferentes “grigris” o amuletos para protegerse contra los malos espíritus y traer suerte al luchador. El “Baccou” canta sus proezas para intimidar al oponente mientas el luchador, al ritmo del sabar, realiza un baile para amedrentar a su rival haciéndole movimientos que tratan de resaltar su fuerza y su presencia. El papel del marabú es vital, ya que debe proteger al combatiente contra los hechizos del rival, por lo que creará diferentes conjuros y pócimas mágicas para darle suerte y que el luchador logre hacerse con la victoria. 


Senegal es el único país del mundo en el que se puede abarrotar un estadio para presenciar un combate de lucha. La pasión con la que se viven los combates es difícil de imaginar, siendo habituales las escenas en las que los aficionados danzan y entran literalmente en trance cuando su luchador favorito se hace con la victoria. 

            Hoy en día, la lucha senegalesa se ha convertido en un fenómeno de masas. Los combates se han convertido en los principales acontecimientos deportivos del país, capaces de movilizar a la población y los grandes medios de comunicación. Los luchadores obtienen sueldos de millones de francos CFA, se han convertido en iconos de publicidad y en modelos a seguir por los jóvenes, lo que ha originado la creación de números club de lucha en el país. 

            En este mundo y desde hace cinco años un luchador español, Juan Espino, conocido como el león blanco, se ha atrevido a hacerse un hueco en el circuito profesional de la lucha senegalesa. A través de su historia podréis adentraros en este tradicional y mágico deporte...

viernes, 19 de abril de 2013

NIÑOS MENDIGO

"El objeto de la educación es la liberación del hombre"  Julius Nyerere

Tras mi visita a Isla de Goree me he dado cuenta que la llama de la esclavitud aún sigue viva en Senegal, una nueva forma de esclavitud continúa siendo una realidad para muchos niños senegaleses. En cada gran ciudad del país es habitual ver a grupitos de niños descuidados, con ropas desgastadas y descalzos deambulando por la calle con la típica lata de conserva de tomate en la mano. Se concentran en los cruces, en las paradas de autobús, en las zonas turísticas y se acercan a las personas que van caminando e incluso golpean las ventanas de algunos taxis con la esperanza de recibir algunas monedas. Se les conoce como Talibés, y su único objetivo es recaudar la cuota exigida por sus maestros, que se encargan de supervisar su educación y el lugar donde viven. 

La palabra “Talibé”, proviene del árabe “Talib” que significa estudiante. En principio designa a un joven de entre 3 a 14 años, que aprende el Corán con un maestro llamado “Marabú”. Sin embargo, con el paso de los años, el término casi se ha convertido en “niño de la calle”. 

En una sociedad predominantemente musulmana, donde los líderes religiosos tienen un inmenso poder social y político, los niños han sido durante muchos años confiados a los marabús, quienes los educaban en escuelas coránicas residenciales llamadas “Daaras”. Antiguamente, las daaras, estaban situadas en el campo y combinaba la enseñanza del Corán y la enseñanza de los cultivos estacionales por lo que eran económicamente autónomas y ofrecían a los Talibés una existencia digna. 

En la actualidad, las daaras han sido trasladadas a las ciudades, dónde el cultivo es inviable y, al no tener otro medio de financiamiento, utilizan a los niños para mendigar y encontrar así los recursos necesarios para su funcionamiento. El principal problema es que hoy, este sistema ha degenerado, creando una forma de explotación o esclavitud en el que los niños se ven obligados a mendigar, en ocasiones bajo las amenazas de sus Marabús. 

Según un reciente informe de Human Rights Watch dedicado al estudio de los talibés en Senegal, al menos 50.000 niños viven internados en las escuelas coránicas. Han evidenciado que algunos Marabús están utilizando la educación como tapadera para cubrir la explotación de los niños a su cargo exigiéndoles una cuota diaria excesiva y obligándolos a pasar mucho tiempo en la calle. Algunos morabitos acumulan más de 70.000 euros al año a través de la explotación de los niños bajo su cuidado, una suma considerable en un país donde la mayoría de las personas viven con menos de 1,5 euros al día. Así no es de extrañar que agotados por este abuso continuado, más de 1.000 niños huyan de las Daaras cada año. 

Ante tal pretexto, me pregunto si debo o no darles dinero. Por un lado, pienso que no debo fomentar la mendicidad y explotación infantil y por otro, deseo que éstos niños no sigan sufriendo. Con el tiempo me he dado cuenta que con nuestra aportación no estamos arreglando el problema, sólo estamos limpiando nuestras consciencias. He visto a mucha gente que da, yo mismo he contribuido a ello pero he podido comprobar año tras año, que esos niños siguen ahí cada día, agarrados al mismo bote de tomate. Y que a pesar de las abundantes aportaciones nada cambia su situación futura. Quizá no nos demos cuenta que no son monedas lo que realmente necesitan. Quizás no somos conscientes que no son monedas lo que verdaderamente nos piden… 

Lo que realmente necesitan es un gobierno que se comprometa con ellos, que regule todas las escuelas coránicas y que vele por el respeto de los convenios internacionales que tiene suscritos, como la Convención sobre los Derechos del Niño y la Carta Africana sobre los Derechos y Bienestar del Niño, así como la Declaración de los Derechos Humanos en el Islam (DDHI) o Declaración de El Cairo. Dicha declaración se opone a la esclavitud, a la opresión, a la explotación y al colonialismo, y se señala que “Todo abuso de autoridad queda prohibido”. 

Aprovechando que hoy, 20 de abril, se celebra el Día Nacional del Talibé en Senegal, me gustaría homenajear a la Fundación Talibés, una asociación española de reciente fundación que nace con el objetivo de mejorar las condiciones de vida de los Talibés y garantizarles un futuro digno. La fundación Talibés trabaja en la construcción de internados proporcionando a los niños una enseñanza diversificada y normalizada para que aprendan, además del Corán, lenguas (francés, español, inglés) y matemáticas, y que desarrollen las competencias necesarias para su día a día (salud, higiene y ciudadanía). Apuestan por la plena integración de los talibés en el sistema educativo del país y tratan de implicar al Estado de Senegal, siendo conscientes que sólo es posible que sus acciones lleguen a buen término si el Estado se implica activamente. 

 

¡Por una vida digna para todos los talibés y por una infancia que garantice su futuro!